miércoles, 13 de enero de 2010

La casa de Eufemia




Comencemos desde el principio. Llegué a la ciudad de México hace más de medio año. Las razones por las cuales abandoné mi tranquilo pueblo para llegar a esta ciudad de locos fue mi ingreso a la Universidad. Comenzar una carrera a principios del siglo de XX no es muy grato y mucho menos si uno es residente de un país en pleno desarrollo. Y ni que hablar si la carrera que uno desea es letras.

En fin, mis padres, unos indigenas del pueblo Zapoteca vendieron las pocas vacas que poseían y trabajaron duro durante algunos años cosechando maíz para así poder juntar el dinero suficiente para mis estudios. Les agradezco y sólo espero que jamás se enteren de esto.

Mi madre, después de darme una buena charla sobre valores, consejos para sobrevivir y una lista de nombres de personas bondadosas que me ayudarían en hospedaje y trabajo, me obsequió este pequeño artefacto que ahora es símbolo de mi decadencia. Pobre madre mía, ojalá jamás me hubieras maldecido con tal acto.

Mi padre se limitó en ayudarme a cargar mi poco equipaje, pues el burro que tenemos es demasiado viejo para el trayecto del pueblo a la terminal de camiones. No dijo nada, su cara era seria y las arrugas de su cara gastada por el trabajo y la tierra reflejaban una seriedad opaca. Su silencio decía mucho más que todas las palabras que yo llegaría a conocer.

Una vez que pise la ciudad de México caí sorprendido ante bello paisaje, caminos de piedra, casas más altas que la iglesia del pueblo, automóviles y máquinas que jamás hubiese imaginado, hombres con sombreros de formas graciosísimas y mujeres con vestidos elegantes y esencias tan exquisitas que hacían que delirara en el cielo. Todo era sorprendente, sí, todo...

Lo primero que hice fue buscar la dirección que mi madre me dio. Una casa de una anciana, si así pudiera llamarse, originaria del pueblo que por razones nunca explicadas se hizo rica de la noche a la mañana y se vino para acá, eso es lo que cuenta mi madre. Pregunté y tuve que lidiar con el carácter poco gentil de los citadinos, pero gracias a mi inteligencia y astucia llegué a la casa... la casa de la señora Eufemia.




Eufemia... cuando mi madre me habló sobre ella la describió como una mujer inteligente, una mujer hermosa y muy gentil. Sólo eso y nada más... pues mi madre era apenas una niña cuando la señora Eufemia dejó a su gente y su pueblo, sin embargo, mi madre confiaba ciegamente en la bondad de la sabia Eufemia.

La calle Donceles, el número 66, las puertas altas de madera y hermosos ventanales, muros gigantes y detrás de la puerta ella...

Abrió la puerta, ganándome el toque. Como por arte de magia ella sabía de mi llegada sin antes estar informada.
- Buenas tardes noble señorita. Se encontrará su madre, la Señora Eufemia, para ser más exactos.
Su rostro pintó una hermosísima sonrisa que despertó mi interés.
-Me alegra su visita señor Galindo, nosotras lo esperábamos. Aunque temo decirle que Eufemia no es mi madre. Contestó ella grácilmente.
-Oh, disculpe mi atrevimiento. ¿Acaso, su abuela?
De nuevo la sonrisa volvió a su rostro.
-Pase, no diga más y espero que su estancia en este hogar sea acogedora.

La casa tenía una decoración digna de una artista, sus paredes tapizadas de hermosos cuadros de estilo barroco, vitrinas de vidrio que guardaban hermosos utensilios de cristal y plata, y lo mejor de todo, una basta colección de libros. Libros de literatura, arte, historia, filosofía, un mar de conocimiento, donde Lope de Vega convivía con Dante y Platón. Un delirio fuera de toda imaginación.

- Señor Galindo, déjeme mostrarle su habitación y perdone usted si en esta casa no contamos con servicio de criados, pero la sobriedad de este hogar es primordial. Póngase cómodo y sientase como en casa. La voz de ella exaltaba lo más oculto de su ser, y su cara blanca y fina se quedaba clavada en mi mente.
- Gracias señorita, aunque no me ha dicho su nombre y lo peor de todo, no me ha presentado a la señora Eufemia. Le contesté tratando de controlar mi voz tímida, efecto que me producía su belleza.
- La curiosidad es una virtud que además de provocar miedos y arrepentimiento produce dolor Señor Galindo, pero si usted lo desea déjeme decirle...
-Oh, ¿acaso la señora Eufemia murió?
-No, nada de eso, afortunadamente. Su sonrisa era hermosa tanto que la Monalisa quedaba opacada por su figura afrodisiaca y helenica de sus carnes.
- Me alegra escuchar eso Señorita, debo ser educado y agradecerle a la Señora Eufemia la hospitalidad de su hogar así que exijo que me lleve ante ella. Me era imposible ocultar la cara de idiota que en esos momentos figuraba.
-Joven Galindo, sus cualidades artísticas me sorprenden, será un buen acompañante en esta casa fría y oscura, regresará la felicidad, el color y la esencia que hace falta.
-Sus palabras son laudables, señorita, pero si no me va a llevar ante la señor de la casa, al menos digame usted posee nombre.
-Vayamos al cuarto ya, que pronto estará la cena y de seguro estará hambriento.

Mi cuarto era hermoso, digno se ser ocupado por algún rey. La cama era más grande y cómoda que los trapos a los que estaba acostumbrado y una hermosa pila de libros adornaba el librero del cuarto. Debo aclarar que aunque venía de un pueblo pobre, mi educación fue de excelencia, conocía a perfección a los escritores clásicos y contemporáneos, era un lector de naturaleza y la biblioteca del pueblo fue el pilar de mi mente maravillosa.

Dejé mi equipaje y saqué una hermosa reliquia que mi madre me dio antes de salir: Un crucifijo de oro. La coloqué debajo de mi almohada y baje a cenar. Ella me estaba esperando.
-¿Qué le pareció su cuarto, joven Galindo? Preguntó ella mientras tomaba vino de la pequeña copa de cristal fino.
-Maravilloso, ¿señorita....?
-Oh disculpe mi falta de atención, pero si así lo desea os diré mi nombre.
-Bendito sea el señor.
-¿Perdón?
-Oh, una vieja frase a la que estoy acostumbrado.
-Limitese a no nombrar esa palabra ni nada que tenga que ver con Dios. Su mirada se volvió seria pero aún así su belleza era extraordinaria. Menos charla, que la cena se está enfriando, tome su lugar y deguste los alimentos.

La mesa de casi dos metros de largo estaba radiante, los platos que adornaban dicho recinto eran tan variados y hermosos, tan extraños y tan fascinantes, pero para ser sincero extrañaba las tortillas y los frijóles del pueblo.
-Dispense mis palabras, soy originario de pueblo y aún me cuesta adaptarme a las costumbres de la ciudad, así que pido de nueva una disculpa señorita...
-Eufemia
-¿Perdón?
-Llámeme Eufemia, que ese es mi nombre.
Por un instante mi mente curiosa procesaba miles de alternativas y premisas, Eufemia, podría ser la heredera Eufemia, la nieta, la biznieta tal vez, pero no su hija, ni mucho menos...



Ella, ella me provoca sueños hermosos, cáliz de dulzura y pasiones desenfrenadas, Eufemia tu nombre brilla a través de mis cristales dormidos, Eufemia ninfa de mi jardín prohibido, Diosa de mis alucines y dueña de mis poemas. Lo confieso estaba enamorado, mejor estoy enamorado.

Al segundo día de mi llegada le pedí a Eufemia que contestara mis dudas pero de una u otra forma siempre las esquivaba y encontraba cualquier pretexto con el cual enredar mi ingenuidad.
Le pedí que me llevara a conocer la ciudad y lo hizo. Recorrimos todas las calles juntos, visitamos museos, parques, la Alameda central, monumentos y miles de lugares hermosos. De una u otra manera corrompía mis sentidos y también mi moral.

Llegue al punto de olvidarme de mis estudios, no quería salir de la casa y dejar a Eufemia. Ella era la razón de mi existir, la fuerza motriz de mi voluntad y también mi necesidad. Jamás me faltó algo, tenía todo, casa, alimento, vivienda y vestimenta. Eufemia era inmensamente rica y jamás pensé en la fuente originaria de sus ingresos. Todo era bueno.

Mis días en la casa eran todos diferentes. Leíamos, conversábamos, salíamos y hasta asistíamos a bailes y juntas de señores adinerados, Eufemia siempre me presentaba como el señor de la casa. Cosa que a mí me alagaba. Y así pasaron los días y la Universidad y la señora Eufemia, la verdadera señora que mi madre conoció, quedaron al olvido.

Un noche mientras bebíamos el más exquisito vino exportado de Francia, me atreví a preguntar algo que me costó caro.
-Eufemia, ya hace un mes que vivo contigo. La confianza había llegado a tal punto que nos tuteábamos y nuestro cariño se volvió más que el de amigos. O al menos eso creía. Sabes Eufemia, jamás conocí a la señora de la casa y sé que me he olvidado de muchas otras cosas, así que me gustaría retomarlas. Quiero saber que fue de la señora Eufemia, la misma que salió de San Lorenzo de los Infiernos. Que raro era pronunciar el nombre de mi bello pueblo que se opaca ante tal nombre.

Eufemia repentinamente cambió el tornasol de su rostro y como un hermoso sucubo arrebato contra mi esencia.
-Bacilio, he sido buena contigo y te dije que limitaras tus pensamientos y palabras. Te he dado todo lo que quieres, te he enseñado, te he brindado placeres materiales y te he instruido una filosofía perfecta y aún así te dignas a ofenderme.
-Eufemia, perdona mi atrevimiento. Sólo quiero aclarar dudas.
-Lárgate ahora mismo, sube a tu cuarto toma tus cosas y regrésate a tu cochino pueblo.

Mis ojos se hundieron en lágrimas y subí por mis pocas pertenencias. Al abrir la puerta de mi cuarto y detrás de toda la oscuridad que lo rodeaba descubrí una silueta. No era posible, era ella, mi Eufemia. De una u otra forma había regresado a mí.

Me acerqué vacilante y tembloroso. La toqué, no podía creerlo era ella, Eufemia, tal y como la había imaginado. La tenía ante mi, sólo para mí.

-Bacilio, jamás vuelvas a preguntarme semejantes estupideces. Te quiero conmigo. Me dijo al oído mientras mi brazos rodeaban su figura.
-Mi amor, Eufemia mía. Yo también te quiero.

Besé sus labios, labios carnosos y hermosos y mis manos jugaban con sus vestidos y sus carnes. Tome su cuerpo y lo acerqué junto al mío. Sentía sus piernas y su pubis junto tocar mi cuerpo. Un calor arrasaba el ambiente y en un parpadeo ambos gozábamos las privaciones que un Dios nos legó.

Nos dirigimos a la cama y ahí lentamente me sedujo. Mi ropa había quedado en el suelo y ella dominaba firmemente. Quise avanzar y despojarla de esas telas que me mantenían lejos de sus senos, de sus cumbres, de su sexo.

Sus cabellos negros flotaban en el aire, su piel blanca se mezclaba con mi tez morena, mi cuerpo estaba unido a ella y ella gimoteaba como hembra en brama. Dios en verdad existía y había encarnado en Eufemia. Así pasamos la noche explorando libertinajes inimaginables hasta que un movimiento brusco arrojó las almohadas de la cama.

Una luz brillante brotó de la cabecera y un resplandor iluminó el cuarto. Cual fue mi sorpresa al ver a mi Eufemia convertida en una anciana decrepita, una anciana con piel podrida y cabellos escasos y cenizos. Una horrible bruja de piel horribles y dientes negros.

Mi espanto fue horrible y los gritos de ella también. El crucifijo que guardaba debajo de mi almohada me había despertado de mi sueño revelándome la cruel verdad. Arroje a la bruja de mí y voló fuera del alcance de la cruz.

-Desgraciado hijo de perra. Aleja esa mierda de mí. Gritaba horriblemente mientras escupía sangre y los gusanos brotaban de sus ojos, oídos, cabellos.

El miedo invadía mis nervios pero actué rápido. Levanté el crucifijo y lo acerqué a la horrible, a mi Eufemia. Los gritos eran aterradores y el brillo de mi crucifijo mortal. Eufemia se consumía en fuego lento y su hedor invadía el lugar. Corrí sin atreverme a asesinarla, no podía, la amaba y la descubrí. Por mi ingenuidad y falta de fe, descubrí su secreto y también mi perdición.

Salí de la casa y corrí lo más lejos que pude y mientras corría la voz de mi Eufemia giraba en mi mente
-Bacilio, amor mío regresa, tómame y abandona a tu Dios.

4 comentarios:

Sp | 13 de enero de 2010, 21:46

Chispas! siempre tan rudos tus cuentos nene! Wow... q decepción.. tonz lo de adentro es lo que cuenta :P... neeeeeeeeee jajaja.. sigue escribiendo Gil ;)!

Sagrario | 13 de enero de 2010, 21:58

MMM Hola Traidor! xD tenia que decirlo de nuevo y esq que barbaro pero bueno. . . me limitare a no agredirte xD

MMmmm tu cuento es un tanto extraño como dijiste jeje y normal como dije xD jeje se dice que solo existen 7 historias posibles y que todas las demás se derivan de esas 7 originales, es como los colores ¿sabes? y pues cada que leo una lo compruebo.

Esta entretenida para ser una historia corta y deseo que con los años mejores en tu camino de escritor Saludos :)

Javier Alejo | 14 de enero de 2010, 18:16

Pues... Te dire que es bueno, aunque te faltaron dos "a".

Esperemos que la siguiente entrega, te enfoques mas a la psicologia de los personajes, recuerda a Agust Dupín.

Saludos

AXEM | 15 de enero de 2010, 21:01

Me gustó, me gustó mucho, nada más que agregar :D

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