lunes, 5 de marzo de 2012

Otorgan a Cristina Pacheco la distinción Rosario Castellanos 2012 por trayectoria

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"La palabra es el arma decisiva para combatir la violencia y la opresión contra las mujeres", expresó la periodista Cristina Pacheco al recibir este domingo el primer Reconocimiento Internacional Rosario Castellanos a la Trayectoria Cultural de la Mujer 2012 en el Palacio de Bellas Artes.

Durante la ceremonia, encabezada por Margarita Zavala, presidenta del Consejo Consultivo del DIF Nacional, y Consuelo Sáizar, titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Pacheco afirmó: “Hay una panorama innegable de violencia y opresión, que en todas su formas siguen padeciendo –y lo digo con dolor y vergüenza– millones de mujeres.”

“No basta –prosiguió la escritora y colaboradora de La Jornada– con rechazar esta aberrante situación, sino que hay que combatirla por todos los medios a nuestro alcance; para ello, una arma decisiva y poderosa es la palabra.”

Por ello, "un paso indispensable para cambiar todo aquello que nos duele y humilla es exponer esta realidad como la observamos día tras día y aceptar que se apoya en tres de nuestros mayores enemigos: la injusticia social, la falta de educación y la dependencia económica".

Antes de referirse a la vida y obra de Rosario Castellanos, Cristina Pacheco manifestó –a propósito de la segunda versión del congreso internacional La experiencia intelectual de las mujeres en el siglo XXI, el cual se inauguró hoy con su reconocimiento– que "las mujeres que nos encontramos aquí hemos tenido la fortuna y el privilegio de superar, en parte, algunos de estos obstáculos. Tal ventaja nos prohíbe olvidarnos de quienes se encuentran en circunstancias desfavorables, cuando no trágicas, y nos exigen mantenernos junto a ellas, dialogar, seguir su paso y mantenernos solidarias".

Este premio, puntualizó Pacheco, "me da la oportunidad de vivir una experiencia inédita, entre otras, escribir un discurso que me costó muchísimo trabajo".

En la sala principal del recinto, Pacheco recibió una nutrida ovación. Entre los invitados se encontraba su esposo, el escritor José Emilo Pacheco, además de diversas personalidades, escritoras y funcionarias; la candidata a la presidencia Josefina Vázquez Mota, la cineasta María Novaro (presidenta del jurado) y la escritora Ángeles Mastretta, quien dirigió un sentido discurso a la conductora de Aquí nos tocó vivir.

En la apertura del congreso, la Orquesta Sinfóncia del Instituto Politécnico Nacional ofreció un concierto con un programa de compositoras, con la dirección de Gabriela Díaz Alatriste.

En el encuentro, que concluirá el 9 de marzo, participarán alrededor de 40 mujeres de la cultura y las artes de hispanoamérica, quienes reflexionarán sobre su experiencia en 13 disciplinas.

Los participantes son destacadas cronistas, economistas, actrices, ecologistas, publicistas, productoras, pintoras, directoras de museos, documentalistas, compositoras musicales, cantantes y rectoras.

Isabel Allende, autora de La casa de los espíritus, impartirá la conferencia Historia de pasión: una velada con Isabel Allende, el miércoles 7 a las 19 horas.

El congreso será transmitido en vivo por canal 22, por Radio Educación (1060 AM) y en www.congresomujeres.com. Además podrá seguirse a través de las redes sociales Twitter y Facebook, así como en aplicaciones móviles.

(Fuente: La Jornada)

miércoles, 13 de enero de 2010

La casa de Eufemia

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Comencemos desde el principio. Llegué a la ciudad de México hace más de medio año. Las razones por las cuales abandoné mi tranquilo pueblo para llegar a esta ciudad de locos fue mi ingreso a la Universidad. Comenzar una carrera a principios del siglo de XX no es muy grato y mucho menos si uno es residente de un país en pleno desarrollo. Y ni que hablar si la carrera que uno desea es letras.

En fin, mis padres, unos indigenas del pueblo Zapoteca vendieron las pocas vacas que poseían y trabajaron duro durante algunos años cosechando maíz para así poder juntar el dinero suficiente para mis estudios. Les agradezco y sólo espero que jamás se enteren de esto.

Mi madre, después de darme una buena charla sobre valores, consejos para sobrevivir y una lista de nombres de personas bondadosas que me ayudarían en hospedaje y trabajo, me obsequió este pequeño artefacto que ahora es símbolo de mi decadencia. Pobre madre mía, ojalá jamás me hubieras maldecido con tal acto.

Mi padre se limitó en ayudarme a cargar mi poco equipaje, pues el burro que tenemos es demasiado viejo para el trayecto del pueblo a la terminal de camiones. No dijo nada, su cara era seria y las arrugas de su cara gastada por el trabajo y la tierra reflejaban una seriedad opaca. Su silencio decía mucho más que todas las palabras que yo llegaría a conocer.

Una vez que pise la ciudad de México caí sorprendido ante bello paisaje, caminos de piedra, casas más altas que la iglesia del pueblo, automóviles y máquinas que jamás hubiese imaginado, hombres con sombreros de formas graciosísimas y mujeres con vestidos elegantes y esencias tan exquisitas que hacían que delirara en el cielo. Todo era sorprendente, sí, todo...

Lo primero que hice fue buscar la dirección que mi madre me dio. Una casa de una anciana, si así pudiera llamarse, originaria del pueblo que por razones nunca explicadas se hizo rica de la noche a la mañana y se vino para acá, eso es lo que cuenta mi madre. Pregunté y tuve que lidiar con el carácter poco gentil de los citadinos, pero gracias a mi inteligencia y astucia llegué a la casa... la casa de la señora Eufemia.




Eufemia... cuando mi madre me habló sobre ella la describió como una mujer inteligente, una mujer hermosa y muy gentil. Sólo eso y nada más... pues mi madre era apenas una niña cuando la señora Eufemia dejó a su gente y su pueblo, sin embargo, mi madre confiaba ciegamente en la bondad de la sabia Eufemia.

La calle Donceles, el número 66, las puertas altas de madera y hermosos ventanales, muros gigantes y detrás de la puerta ella...

Abrió la puerta, ganándome el toque. Como por arte de magia ella sabía de mi llegada sin antes estar informada.
- Buenas tardes noble señorita. Se encontrará su madre, la Señora Eufemia, para ser más exactos.
Su rostro pintó una hermosísima sonrisa que despertó mi interés.
-Me alegra su visita señor Galindo, nosotras lo esperábamos. Aunque temo decirle que Eufemia no es mi madre. Contestó ella grácilmente.
-Oh, disculpe mi atrevimiento. ¿Acaso, su abuela?
De nuevo la sonrisa volvió a su rostro.
-Pase, no diga más y espero que su estancia en este hogar sea acogedora.

La casa tenía una decoración digna de una artista, sus paredes tapizadas de hermosos cuadros de estilo barroco, vitrinas de vidrio que guardaban hermosos utensilios de cristal y plata, y lo mejor de todo, una basta colección de libros. Libros de literatura, arte, historia, filosofía, un mar de conocimiento, donde Lope de Vega convivía con Dante y Platón. Un delirio fuera de toda imaginación.

- Señor Galindo, déjeme mostrarle su habitación y perdone usted si en esta casa no contamos con servicio de criados, pero la sobriedad de este hogar es primordial. Póngase cómodo y sientase como en casa. La voz de ella exaltaba lo más oculto de su ser, y su cara blanca y fina se quedaba clavada en mi mente.
- Gracias señorita, aunque no me ha dicho su nombre y lo peor de todo, no me ha presentado a la señora Eufemia. Le contesté tratando de controlar mi voz tímida, efecto que me producía su belleza.
- La curiosidad es una virtud que además de provocar miedos y arrepentimiento produce dolor Señor Galindo, pero si usted lo desea déjeme decirle...
-Oh, ¿acaso la señora Eufemia murió?
-No, nada de eso, afortunadamente. Su sonrisa era hermosa tanto que la Monalisa quedaba opacada por su figura afrodisiaca y helenica de sus carnes.
- Me alegra escuchar eso Señorita, debo ser educado y agradecerle a la Señora Eufemia la hospitalidad de su hogar así que exijo que me lleve ante ella. Me era imposible ocultar la cara de idiota que en esos momentos figuraba.
-Joven Galindo, sus cualidades artísticas me sorprenden, será un buen acompañante en esta casa fría y oscura, regresará la felicidad, el color y la esencia que hace falta.
-Sus palabras son laudables, señorita, pero si no me va a llevar ante la señor de la casa, al menos digame usted posee nombre.
-Vayamos al cuarto ya, que pronto estará la cena y de seguro estará hambriento.

Mi cuarto era hermoso, digno se ser ocupado por algún rey. La cama era más grande y cómoda que los trapos a los que estaba acostumbrado y una hermosa pila de libros adornaba el librero del cuarto. Debo aclarar que aunque venía de un pueblo pobre, mi educación fue de excelencia, conocía a perfección a los escritores clásicos y contemporáneos, era un lector de naturaleza y la biblioteca del pueblo fue el pilar de mi mente maravillosa.

Dejé mi equipaje y saqué una hermosa reliquia que mi madre me dio antes de salir: Un crucifijo de oro. La coloqué debajo de mi almohada y baje a cenar. Ella me estaba esperando.
-¿Qué le pareció su cuarto, joven Galindo? Preguntó ella mientras tomaba vino de la pequeña copa de cristal fino.
-Maravilloso, ¿señorita....?
-Oh disculpe mi falta de atención, pero si así lo desea os diré mi nombre.
-Bendito sea el señor.
-¿Perdón?
-Oh, una vieja frase a la que estoy acostumbrado.
-Limitese a no nombrar esa palabra ni nada que tenga que ver con Dios. Su mirada se volvió seria pero aún así su belleza era extraordinaria. Menos charla, que la cena se está enfriando, tome su lugar y deguste los alimentos.

La mesa de casi dos metros de largo estaba radiante, los platos que adornaban dicho recinto eran tan variados y hermosos, tan extraños y tan fascinantes, pero para ser sincero extrañaba las tortillas y los frijóles del pueblo.
-Dispense mis palabras, soy originario de pueblo y aún me cuesta adaptarme a las costumbres de la ciudad, así que pido de nueva una disculpa señorita...
-Eufemia
-¿Perdón?
-Llámeme Eufemia, que ese es mi nombre.
Por un instante mi mente curiosa procesaba miles de alternativas y premisas, Eufemia, podría ser la heredera Eufemia, la nieta, la biznieta tal vez, pero no su hija, ni mucho menos...



Ella, ella me provoca sueños hermosos, cáliz de dulzura y pasiones desenfrenadas, Eufemia tu nombre brilla a través de mis cristales dormidos, Eufemia ninfa de mi jardín prohibido, Diosa de mis alucines y dueña de mis poemas. Lo confieso estaba enamorado, mejor estoy enamorado.

Al segundo día de mi llegada le pedí a Eufemia que contestara mis dudas pero de una u otra forma siempre las esquivaba y encontraba cualquier pretexto con el cual enredar mi ingenuidad.
Le pedí que me llevara a conocer la ciudad y lo hizo. Recorrimos todas las calles juntos, visitamos museos, parques, la Alameda central, monumentos y miles de lugares hermosos. De una u otra manera corrompía mis sentidos y también mi moral.

Llegue al punto de olvidarme de mis estudios, no quería salir de la casa y dejar a Eufemia. Ella era la razón de mi existir, la fuerza motriz de mi voluntad y también mi necesidad. Jamás me faltó algo, tenía todo, casa, alimento, vivienda y vestimenta. Eufemia era inmensamente rica y jamás pensé en la fuente originaria de sus ingresos. Todo era bueno.

Mis días en la casa eran todos diferentes. Leíamos, conversábamos, salíamos y hasta asistíamos a bailes y juntas de señores adinerados, Eufemia siempre me presentaba como el señor de la casa. Cosa que a mí me alagaba. Y así pasaron los días y la Universidad y la señora Eufemia, la verdadera señora que mi madre conoció, quedaron al olvido.

Un noche mientras bebíamos el más exquisito vino exportado de Francia, me atreví a preguntar algo que me costó caro.
-Eufemia, ya hace un mes que vivo contigo. La confianza había llegado a tal punto que nos tuteábamos y nuestro cariño se volvió más que el de amigos. O al menos eso creía. Sabes Eufemia, jamás conocí a la señora de la casa y sé que me he olvidado de muchas otras cosas, así que me gustaría retomarlas. Quiero saber que fue de la señora Eufemia, la misma que salió de San Lorenzo de los Infiernos. Que raro era pronunciar el nombre de mi bello pueblo que se opaca ante tal nombre.

Eufemia repentinamente cambió el tornasol de su rostro y como un hermoso sucubo arrebato contra mi esencia.
-Bacilio, he sido buena contigo y te dije que limitaras tus pensamientos y palabras. Te he dado todo lo que quieres, te he enseñado, te he brindado placeres materiales y te he instruido una filosofía perfecta y aún así te dignas a ofenderme.
-Eufemia, perdona mi atrevimiento. Sólo quiero aclarar dudas.
-Lárgate ahora mismo, sube a tu cuarto toma tus cosas y regrésate a tu cochino pueblo.

Mis ojos se hundieron en lágrimas y subí por mis pocas pertenencias. Al abrir la puerta de mi cuarto y detrás de toda la oscuridad que lo rodeaba descubrí una silueta. No era posible, era ella, mi Eufemia. De una u otra forma había regresado a mí.

Me acerqué vacilante y tembloroso. La toqué, no podía creerlo era ella, Eufemia, tal y como la había imaginado. La tenía ante mi, sólo para mí.

-Bacilio, jamás vuelvas a preguntarme semejantes estupideces. Te quiero conmigo. Me dijo al oído mientras mi brazos rodeaban su figura.
-Mi amor, Eufemia mía. Yo también te quiero.

Besé sus labios, labios carnosos y hermosos y mis manos jugaban con sus vestidos y sus carnes. Tome su cuerpo y lo acerqué junto al mío. Sentía sus piernas y su pubis junto tocar mi cuerpo. Un calor arrasaba el ambiente y en un parpadeo ambos gozábamos las privaciones que un Dios nos legó.

Nos dirigimos a la cama y ahí lentamente me sedujo. Mi ropa había quedado en el suelo y ella dominaba firmemente. Quise avanzar y despojarla de esas telas que me mantenían lejos de sus senos, de sus cumbres, de su sexo.

Sus cabellos negros flotaban en el aire, su piel blanca se mezclaba con mi tez morena, mi cuerpo estaba unido a ella y ella gimoteaba como hembra en brama. Dios en verdad existía y había encarnado en Eufemia. Así pasamos la noche explorando libertinajes inimaginables hasta que un movimiento brusco arrojó las almohadas de la cama.

Una luz brillante brotó de la cabecera y un resplandor iluminó el cuarto. Cual fue mi sorpresa al ver a mi Eufemia convertida en una anciana decrepita, una anciana con piel podrida y cabellos escasos y cenizos. Una horrible bruja de piel horribles y dientes negros.

Mi espanto fue horrible y los gritos de ella también. El crucifijo que guardaba debajo de mi almohada me había despertado de mi sueño revelándome la cruel verdad. Arroje a la bruja de mí y voló fuera del alcance de la cruz.

-Desgraciado hijo de perra. Aleja esa mierda de mí. Gritaba horriblemente mientras escupía sangre y los gusanos brotaban de sus ojos, oídos, cabellos.

El miedo invadía mis nervios pero actué rápido. Levanté el crucifijo y lo acerqué a la horrible, a mi Eufemia. Los gritos eran aterradores y el brillo de mi crucifijo mortal. Eufemia se consumía en fuego lento y su hedor invadía el lugar. Corrí sin atreverme a asesinarla, no podía, la amaba y la descubrí. Por mi ingenuidad y falta de fe, descubrí su secreto y también mi perdición.

Salí de la casa y corrí lo más lejos que pude y mientras corría la voz de mi Eufemia giraba en mi mente
-Bacilio, amor mío regresa, tómame y abandona a tu Dios.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Aclamaciones Sodomitas

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Señales cautivas provocan tu mirada,
Los ojos perdidos de los besos ardientes
Recayendo sobre tu espalda blanca y desnuda;
Como el bramar del falo ausente que te pide tierna
Que aclama y te nombra Afrodita de pasiones
De montes luminosos que terminan en jugosos manjares
Que te aclama y te nombra princesa oscura del reino de Sodoma
De los pecados y la flama yacente entre tus piernas
Que te aclama y me devora en el reino de Gomorra
En el roce de tu miel y la excitación de tu ser
En mi lecho de la noche y en la altura de mi goce
En la cabeza de mi deriva y en la concha de tu delicia
Me pierde ajeno en el cielo y en la Tierra se esconde tu infierno
En cada mirada de tu señal, en los ojos de los besos ardientes
En el bramar del falo y en las perdiciones de los reinos impotentes

jueves, 10 de diciembre de 2009

Hoy

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Hoy cantan penas los jilgueros
Hoy se pierden las estrellas en otro tiempo
Hoy cabalgan jinetes en rencores
Hoy mis lágrimas se mueren y no llevan nombre
Hoy crecen espinas en mi mente
Hoy las bestias rien y lloran igual que hombres
Hoy los temores son objeto de burla y carga
Hoy mis versos no lloran si no van en calma
Hoy es sólo hoy y hoy no hay nada

martes, 24 de noviembre de 2009

Una Carta Olvidada

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28 de enero de 1947

Queridísima Elizabeth:

La desdicha de mi ser se ahoga y lentamente las miradas se clavan en mi alma, como los torrentes sanguíneos que brotan de mis arterias y poco a poco van consumiendo mi vida. Los relojes suenan profundos, ese tic tac odioso y tranquilo, ese horrible zumbido agudo que entre sueños se paraliza y las manecillas se quedan quietas mientras el péndulo forma un ángulo perfecto de cuarenta y cinco grados con respecto al suelo. Sin duda alguna estoy muriendo.

A lo lejos Beethoven trata de alegrar la pesadez y darle el toque alegre que provoca su marcha turca al ambiente moribundo de mi habitación. Sus notas son lentas y las ruinas de Atenea se levantan rígidas sobre mi cerebro provocando que la marcha fluya alegre y a la vez contraste insoportable. Su dinamismo se eleva a un fortísmo clímax y retrocede de nuevo a su dinámica alegría. ¿Oh Beethoven por qué martirizas más mi sufrimiento?

Decido escribir estas notas justo antes de percatarme que la llama de la vida está apunto de elevarse al estado más puro de la vida; la muerte. En un minuto trato de recordar los sucesos más bellos de mi existencia, sin embargo, sólo una máscara de tristezas nubla mis recuerdos. Fastidiado de los pesares y teniendo en mi corazón el susurro de tu aliento menciono de nuevo tu nombre. ¿Pues qué es la vida sin la chispa que enciende el motor de la esperanza? ¿Qué es la vida sin el toque sincero de tus labios pronunciando mi nombre con el corazón en la mano? No es nada...

Elizabeth, la esperanza ha muerto y por consiguiente la soledad ha invadido el color de mis mejillas y los rizos oscuros que tanto te gustaba jugar, ahora cuelgan como hilos huecos. El destello de mis ojos miel tornaron un color putrefacto y las marcas de mi rostro que algún día fue bello se confunden con en esta oscuridad interminable que invade mi atmósfera.

Deseo volar aunque el deseo dejo de ser deseo...

¿Recuerdas cuando te dije que la muerte se espera sonriente? Ahora trato de buscar el escape. Olvidarme de todo y tocar tus labios otra vez. Sentir el roce electrificante de tus manos al recorrer mi cuerpo. La calidez de tu lecho y todo.... ¿Qué ha pasado? ¿Cómo fue que te perdí cuando comenzaba el vuelo? Tengo que irme de aquí...


Vuelvo a escribir en esta carta y a confesarte que las deudas son cada vez más extensas y que el vino ya no satisface mi sed. Todos los placeres que algún día fueron buenos ahora son secos y amargos. No soy feliz, nada me provoca felicidad. Nada, sólo tu nombre y tu recuerdo y cuando vienen a mí brota de nuevo el dolor. ¿Cómo le hago para salir del nido que creo tu partido? Lo sé...

Quiero que sepas que estas son mis últimas líneas. Hace un momento quemé todos mis sonetos que algún día te hicieron llorar y reír y que ahora a mí me hacen sufrir. Las llamas abrazaron el papel y la tinta quedó impregnada en las cenizas de mi corazón. Aún tengo los versos revelándose en mi pecho. Todos los libros que en el pasado disfrutábamos los arroje a las lenguas del demonio. Todo... todo... todo.

Ahora me toca a mí. Sólo espero que mi madre comprenda el acto necesario que emprenderé, todo lo demás da lo mismo. A ti, querida Elizabeth, os he dejado el tesoro más importante y bello que poseo, mi alma. Rezaremos a los dioses que el cielo permita entrar mi alma y así jugaremos juntos en el Edén y si mi alma se encuentra en el infierno y el infierno es no tenerte y tenerte es perderme, me perderé contigo.

Adiós querida y amada Elizabeth...

Siempre tuyo, tu amado Alexander




Epílogo

El día 28 de enero un sonido hueco y triste se elevó por todas las calles de la ciudad. Dicen algunos que el sonido duró más de una hora y que lo acompañaba un llanto de dolor y felicidad.

Los policías locales y los vecinos descubrieron la fuente del sonido, venía de un departamento olvidado en la calle de los tormentos. En el interior de la habitación se encontraba el cuerpo de Alexander tendido sobre su escritorio con una sonrisa alegre que combinaba con el agujero fino que atravesaba su frente pintando un punto exacto en medio de ésta.

No hubo sangre en el acto y lo más extraño el corazón del joven seguía latiendo al ritmo de la Opus 113 número 4 del célebre compositor alemán Ludwig van Beethoven y en el clímax se escuchaba el nombre de Elizabeth.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El ángel malvado o a la deriva del sueño

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Mientras caminaba por las calles de una ciudad perdida y al cruce de una sucia calle, un aroma adormecedor sedujo mi aliento. Busqué entre la muchedumbre y los gatos avanzaban sobre los tejados, siempre solitarios.

Una nube lagrimosa rodeó los esféricos órganos que conforman mis ojos y una rabia potente desató las legiones que mantenían las puertas de mi alma. Caminé, dejé que el aliento me envolviera poco a poco. Decidido y sin pena alguna me aventuré a encontrar la fuente emisora de exquisitas esencia, dejando a la deriva mi triste corazón apagado.

Las fauces de mis nariz se dilataron y como una guía espiritual encontré el rastro. Como describirlo si me es imposible recordarlo. Cuando mi mente conforma la idea del aroma perdido un entremes sofoca mis sentidos manteniéndome al borde del orgasmo. Subí cuesta abajo, pues el aroma me guiaba y yo... simplemente flotaba.

Mis pequeños pies se veían tan cercanos que por un momento creí que flotaba sobre las cabezas de la gente harapienta. Más sin embargo, yo ya no estaba ahí.

Cuando abrí los ojos me recuperé del antojo y como loco pronuncié "Sombra oscura enviada del mal, muestrate ahora y descubre tu verdad".

Silencio... sólo silencio.

"Si no te muestras en este instante daré por hecho que no eres más que una criatura infernal y de mí sólo el desprecio ganarás". Ni un murmullo, sólo penumbra.

Tic... Toc...Tic...Toc. Un sonido seco y apagado. Cerré los ojos y cubrí mis oídos con las manos. Grité.

....

"Hola, ¿dónde estás ángel del mal?".

En los sueños de la realidad aún se esconde su fuerza y entre la muchedumbre desalmada su reino se encuentra...

Después de la oscuridad lo vi... tocó mi hombro y todo llegó a su fin.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Varios Haikus

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I
Blanca soledad
atraviesa mi vida...
amargo el sabor...

II
Estancado fui
alabando dolores...
sufro perpetuo



III
La nieve arde en mí,
Las estrellas lejanas
lloran hasta el fin


IV
El brillo alaba
El infinito alcatraz:
Las flores callan